El juego es cosa
muy seria para la niñez, tanto así que cuando el niño tiene la oportunidad de
jugar libre y espontáneamente surgen los mejores aprendizajes, las ideas más
creativas y las experiencias memorables.
Lamentablemente,
hoy en día, tanto en los jardines de infantes como en el hogar estamos
olvidando la importancia que tiene el juego en la vida del niño. En el aula se destina el momento de juego
libre cuando sobra tiempo dentro de la jornada diaria de “trabajo”, y en el
hogar se prioriza el tiempo frente a videos o juegos electrónicos y
estructurados, negando al niño la oportunidad de aburrirse y crear nuevos
juegos ante la urgencia de distraerse.
Sin embargo, los
mejores juegos no se desarrollan en los 10 minutos que sobran después de “dar”
o “empezar la clase”. Al jugar los niños
están elaborando planes, practicando estrategias e ideando sus propias reglas y
esto no se puede dar en un tiempo tan corto.
Así como los adultos requieren de un tiempo prudencial para establecer y
llevar a cabo un plan ingenioso, los niños requieren tiempo para desarrollar
juegos interesantes. Una excelente idea
puede ser inicialmente caótica, y luego, a medida que se va “practicando” se va
desarrollando de tal forma que se torna brillante.
Precisamente, el
juego libre también es algo que requiere PRÁCTICA. Los niños de hoy, lamentablemente no están
acostumbrados a que en el jardín de infantes se les brinde las oportunidades adecuadas
para explorar en libertad, incluso algunos pequeños no sabrán cómo actuar ante
esta posibilidad. Al principio, no
sabrán que hacer y es probable que surjan peleas entre ellos, pero en la medida que tienen el tiempo
para jugar podrán aprender que una casa de legos es más fácil armarla en equipo,
y no solo eso, se darán cuenta que así se tienen mejores ideas y además es más
divertido.
Existen dos
requisitos fundamentales para que el juego libre sea un momento enriquecedor y
placentero. El primero es brindar al niño espacios y momentos adecuados para
jugar.
Lo segundo es la
interacción adecuada entre los niños y estos niños con sus maestras y/o
padres. Como adultos nuestro rol es
apoyarlos en sus ideas, explicarles el uso adecuado de los juguetes y guiarlos
si se les presenta alguna dificultad.
Por ejemplo, digamos
que el niño quería construir una casita de legos, pero se le desbarataba porque
la base estaba mal hecha, el adulto puede guiarlo para que aprenda cómo podría construir
una mejor base para su casa. De tal forma que se ha intercedido en base a sus
intereses y a las necesidades que en ese momento él tenía y no imponiéndole a
qué y cómo jugar. La intervención debe
darse no solo en el ámbito pedagógico, sino en el emocional. Se debe estar atento cuando surge algún
conflicto entre los niños, sobre todo a la hora de compartir los juguetes. Cuando los niños aprenden a jugar,
respetándose unos a otros, habrá instancias en que ya no será necesaria la
intervención de la maestra y es en ese momento cuando la misma puede observar
los avances o dificultades de los niños en la adquisición de contenidos de
aprendizaje.
Los legos son
una maravillosa herramienta para jugar libremente pues brindan la oportunidad
de desarrollar la creatividad del niño, de tal forma que cobra vida todo lo que
ellos sueñan o imaginan. Un niño de 5
años construyó con sus legos una máquina para sacar la basura del mar. Perfectamente podríamos estar siendo testigos
de los primeros pasos para solucionar una gran problemática ambiental: la
contaminación marítima.
Existen ciertas
piezas de lego muy interesantes y particulares: frutillas miniatura, mini
patinetas y legos que son transparentes y con brillos. ¡Esas son las piezas más queridas y todos los
niños las desean! ¿Será la solución
esconder esas piezas? Quizás, pero es lo que llamo una “solución parche”. Cuando surgen conflictos por el uso de estas
piezas se puede intervenir enseñando a los niños por qué es importante
compartir, pero también enseñando a respetar la creación del otro. Pues, si un niño ya está utilizando esa pieza
para una construcción, no se la podemos quitar.
Entonces podemos ofrecer alternativas de creación con otras piezas que
resulten atractivas para el niño y motivarlo a continuar su juego.
En un jardín
tradicional-escolarizado la escena del niño con una tijera en la mano y
papelitos por todos lados es considerada no solo como un acto de indisciplina,
sino como una pérdida de tiempo y hasta una irresponsabilidad de parte de la maestra que “permite el
desorden”. Es muy probable que el
destino de Federico sea el cumplir la orden tajante de guardar la tijera y
botar los papelitos en la basura.
En otras palabras…
hemos apagado su creatividad y su entusiasmo por aprender.
Sin embargo, al
preguntarle a Federico, ¿Qué recortas?, el responde muy concentrado y sin
quitar los ojos de la tijera “Dibujé unas cosas para mis amigos, unos
unicornios, unos osos y cosas para ellos que les voy a dar.” Lo que para nosotros era un desorden, para
Federico es un acto noble y de cariño hacia sus compañeros, a los que quiere
agradar con un regalo elaborado por sus propias manos, producto de su
imaginación. Ahora que sabemos las
intenciones y deseos de Federico nos corresponde guiarlo en este aprendizaje,
enseñarle cómo tomar correctamente la tijera y cómo usarla sin hacerse
daño.
Seguramente la
laboriosidad y concentración con que Federico usa la tijera lo llevará muy pronto
a dominar la técnica del recorte.
En este ejemplo
se han dado los dos requisitos para que el niño elabore un juego
enriquecedor. Primero, se ha puesto a su
disposición los materiales adecuados brindándole tiempo para utilizarlos con
calma y segundo la interacción entre Federico y su maestra fue positiva.
Hoy en día
contamos con una gran herramienta para nuestra labor, ya que el currículo de
educación inicial del Ecuador establece como primera metodología la de
Rincones, siendo el juego su elemento central.
Esta metodología además de ser respetuosa del niño, sus intereses y
ritmo de desarrollo y aprendizaje, favorece la socialización positiva entre
pares y es una gran herramienta para que los maestros descubran los talentos y
habilidades de los alumnos.
Afortunadamente, hoy en día, muchos currículos de educación inicial, en
distintos países del mundo están priorizando el juego por sobre los contenidos
académicos, pero ¿Lo estamos llevando a la práctica?
La correcta
aplicación de metodologías como la de Rincones de juego, Montessori, Reggio
Emilia, Pikler, y demás metodologías conocidas como “alternativas” brindan
espacios y elementos suficientes para el juego libre, y aunque también
planifican actividades lúdicas dirigidas por los docentes (que no es lo mismo
al juego libre) dan prioridad a que los niños se muevan libremente, exploren y
desarrollen sus propios juegos. Este tipo de metodologías (mal llamadas
alternativas, pues deberían de ser la norma) desestructuran la rigurosidad de
un jardín de infantes escolarizado.
En primera
instancia flexibiliza el horario de clases, el cual tradicionalmente destina un
tiempo entre 20 o 40 minutos para el desarrollo de actividades enmarcadas en un
área del desarrollo (20 minutos para motricidad fina, 40 minutos para
pre-matemáticas, etc), brindando un espacio amplio y suficiente para que el
juego se desarrolle libremente en el rincón escogido por el niño. Por otro
lado, el rol del docente cambia automáticamente pues ya no impone actividades,
sino que hace propuestas a los niños que los invitan a explorar, analizar,
investigar, socializar y jugar. Además,
se respetan (verdaderamente) los procesos de desarrollo y aprendizaje de los
niños. Los aprendizajes esperados se
dinamizan y ensanchan, la evaluación se torna más bien en una observación
atenta del niño, en donde se conocen sus gustos y habilidades y nos valemos de
ellas para ayudarlo en las dificultades que se le pudiesen presentar. De esta forma, no se señalan sus
dificultades, sino sus fortalezas.
El juego libre
permite al niño un aprendizaje integral, no solo cognitivo, sino también un
desarrollo emocional positivo acompañado de un gran despliegue de creatividad y
felicidad. Si hoy en día ya no está en
discusión la importancia del juego para el desarrollo del niño, si tenemos el
aval científico necesario para respaldar esta teoría, ¿en qué momento jugar se
convirtió en una pérdida de tiempo? ¿A quién se le ocurrió que debíamos
priorizar, en un niño de edad preescolar el proceso de lecto-escritura y
pre-matemáticas por sobre la exploración, diversión y experimentación que el
juego abarca? ¿En que momento empezamos a asociar la calidad en educación
inicial con aprender tempranamente a leer y escribir?
El juego es
innato, se da desde el vientre materno, en el niño y en los adultos felices. Es a partir del juego libre -si brindamos las
herramientas propicias y el acompañamiento adecuado- que el niño tendrá un
aprendizaje integral en donde todos los aspectos teóricos que se encuentran en
cualquier currículo de educación inicial, se podrán estimular y
desarrollar.
Sin embargo, el
sistema educativo, muchas veces presiona a la educación inicial. Se pretende que los niños lleguen al primero
de básica con “hábitos de trabajo”, y
estas expectativas en un niño de 6 o 7 años hacen que la escolarización
forzosamente deba empezar desde los años de educación inicial. Los cambios deben producir un efecto dominó
positivo y somos los docentes los que primero debemos aceptarlo. Debemos estar conscientes de que la
escolarización, propiamente dicha, empieza recién en la educación básica, y
debe darse una transición respetuosa del niño y bajar nuestras expectativas a
la realidad. En educación inicial
sucederán muchas cosas: se logrará autonomía, se desarrollarán hábitos
saludables, hábitos de orden, se promoverá el buen trato y respeto entre
infantes, se despertará la luz de la motivación y el interés por aprender, se
ejercitará el cuerpo, se aprenderá a jugar en equipo, se desarrollarán
habilidades motrices finas y artísticas, y si todo esto se da como debe de
darse, la educación inicial habrá cumplido su objetivo y el maestro de
educación básica contará con un grupo listo y dispuesto a seguir avanzando y
ahora si a iniciar el proceso de escolarización.
No existe
ninguna evidencia científica que indique que, mientras más temprano inicie la
escolarización académica de los alumnos, se lograrán mejores resultados,
beneficios o éxitos durante su escolaridad, y mucho menos durante su
adultez. Pero si existe más que
suficiente teoría demostrada científicamente que indica que los niños aprenden
cuando se sienten seguros en su entorno y logran vínculos afectivos positivos
con sus cuidadores y cuando se les brinda los espacios suficientes para jugar
en libertad. Ya sabemos que el
desarrollo, si bien es cierto, cuenta con ciertos parámetros generales, es
distinto y único en cada ser humano; algunos logran ciertos hitos antes, otros
después ¡y no pasa nada!. Ya sabemos
que, aunque teóricamente dividimos el desarrollo en áreas, el cerebro es uno
solo haciendo miles de conexiones a cada segundo, interrelacionando saberes
previos e incorporando aprendizajes nuevos cuando los considera lo
suficientemente interesantes. Es hora de trasladar estos conocimientos a las
salas de clase de educación inicial y es urgente que los escalones del cambio
sigan ascendiendo, pues no cabe duda que el sistema educativo ha de renovarse y
acoplarse a los tiempos en que vivimos.
Ojalá los adultos de esta generación podamos ser partícipes y testigos
de este progreso.
Claudia Cevallos
Educadora de Párvulos, Magister en Diseño Curricular y
Proyectos Educativos
Comentarios
Publicar un comentario